Palabras de Luis Muñoz Marín ante la tumba de su padre - 17 de julio de 1938

Este año no vengo aquí como el año pasado y como en otros años en simple recuerdo de hijo y en sencillo homenaje de puertorriqueño. Nuestro pueblo atraviesa una crisis que no es ya solamente la de su dolor colonial, sino la de la pequeñez de sus propios hombres ante el dolor de nuestro pueblo. Este año no venimos aquí en conmemoración. Venimos para hacer, en la forma más solemne, la rededicación de nuestro espíritu para salvar a nuestro pueblo de las fuerzas externas causantes de su angustia y de las pequeñeces internas que lo paralizan en su lucha por poner término a su angustia.

La solemnidad de este acto no puede servir de excusa para evadir la expresión de verdades. No hay nada más solemne que la verdad. Ni hay mayor agravio a una tumba que la hipocresía ni mayor tributo a la muerte que la verdad. Venimos con las banderas de la verdad desplegadas al viento en estas montañas. No venimos como aspirantes contritos - y débiles - a implorar la ayudad de tu vida de sacrificio y de honradez para efímeras luchas sin significación. Venimos a rededicar nuestros corazones al ideal de tu vida, que fue más que el de la independencia, más que el de cualquier otra forma de intervenir los hombres en su destino; que fue el de la honradez intelectual, espiritual y personal en la vida pública, el de la integridad absoluta con el pueblo cuyo dolor no debe ser el pedestal de ambiciones, cuya felicidad debe ser el objetivo del tráfago creador de nuestras almas. Sin altura, sin honradez, sin integridad, la independencia misma podría ser un fraude contra nuestro pueblo. Con altura, con integridad, con honradez, con verdad, hasta en el infierno colonial los hombres pueden tener dignidad, pueden sentirse libres en sus almas, mientras todavía no sean libres en su autoridad y en su destino. Venimos a decirte, en ese espíritu de tu ideal de honradez, nuestro propósito de que mientras dure la colonia, no habrá humillación, no bajarán la cabeza humillada los hombres que siguen tu ideal de honradez; y que cuanto llegue la libertad no habrá fraude en ella para el dolor de nuestro pueblo.

No venimos en homenaje de conveniencias, violadores de la dignidad de la muerte. No venimos a pedirle nada a tu historia ni a tu gloria ni a tu nombre. No venimos a pedir. No venimos a lograr. Venimos a ofrecerte, a jurarte, que la altura, la integridad, la honradez y la verdad perdurarán en la acción pública de estos montes y estos valles de Puerto Rico, que ni el más humilde jíbaro podrá ser engañado impunemente; que habrá pan, tierra y libertad para este pueblo, para que tu vida no haya sido en vano, para que el fruto de tu vida no sea amparo de ambiciones y rencores, sino pan, tierra y libertad para los hombres.

Venimos a rescatar tu sepulcro tantas veces visitado por la ambición. Venimos en alto y noble son de guerra a rescatar tu sepulcro de las negociaciones de los impíos. Venimos a jurarte, ante el corazón de nuestro pueblo, que arrojaremos del templo de tu sepulcro a los mercaderes de tu nombre.

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