Aquí en Jayuya estamos en el sitio simbólico, el que más significado tiene para todo el pueblo de Puerto Rico en todas las partes de nuestra Isla sobre lo que significan para un pueblo civilizado los principios de la democracia y el ejercicio del derecho del voto. Aquí es donde mejor pudo saber la buena gente de Puerto Rico lo que es la violencia como manera de imponer ideas políticas sin el uso de los votos, y por eso mismo aquí también se hace más fácil entender y trasmitir ese entendimiento a todos los bateyes, a todos los hogares de todos los campos y poblaciones de Puerto Rico, de cuál es el gran valor de los votos. Aquí fue donde a los tres o cuatro días de las trágicas violencias, del derramamiento de sangre, del incendio, encontraron los hombres y mujeres de este pueblo cómo entendían que contra las balas son los votos las armas de la paz y la civilización. Aquí fue donde los hombres--y sobre todo las mujeres, y entre las mujeres, las madres de estas montañas--quienes a los pocos días del atentado contra la democracia, acudieron en mayores números que nunca a inscribirse para asegurar su derecho a votar, para asegurar el arma pacífica del voto frente a las balas y a las violencias con que quieren imponerse los que no tienen voto, los que no respetan el derecho del voto.
Yo no vengo aquí hoy tan solo para que recordemos siempre lo mucho que valen los votos frente a las balas, como armas de la paz para eliminar de Puerto Rico las armas de la violencia. La democracia es bálsamo, además de arma. La democracia es medicina para las enfermedades del espíritu. Porque la democracia a través de sus votos le da un gran poder a los pueblos en la paz, en el orden, en la tranquilidad, en la garantía de las vidas y de los hogares. Y saber que se tiene esa gran fuerza, sin violencia; ese gran poder, sin atropello; y el ejercitar ese gran poder pacífico del voto, es un bálsamo también para las heridas que al espíritu pueda haberle inferido la violencia.