Boletín Mumarino:


Boletín de ESTUDIOS MUMARINOS


Presentación del libro Conversaciones en el bohío: Luis Muñoz Marín y Roberto Sánchez Vilella, en sus propias palabras, en la noche del miércoles 14 de septiembre de 2005 en la Fundación Luis Muñoz Marín

Por Carmelo Rosario Natal


Número 4 septiembre de 2005

Damas y caballeros:

Estamos ante un evento editorial importante. El libro que bautizamos esta noche se convertirá en uno de los más leídos y comentados entre los estudiosos del país. Y eso será así porque se recogen en su cuerpo de dos tomos muchas revelaciones infrahistóricas, la historia íntima no develada por los documentos escritos tradicionales. Los protagonistas de este penetrante encuentro dialógico grabado son plenamente conscientes de que su extensa conversación va dirigida a servir como un instrumento para que el memorialista Luis Muñoz Marín no solamente recuerde y organice con precisión los eventos importantes en su secuencia, sino para que capte el origen, consecuencias y lecciones que se deriven de los mismos. Porque el más importante de los objetivos que perseguía Muñoz al intentar escribir su famoso libro, además de documentar fielmente los acontecimientos más significativos de su intervención en la historia reciente de Puerto Rico, era la reflexión sobre el sentido, la trascendencia y lo que de educativo pudiesen tener los acontecimientos. Por eso expresaba a menudo que le aburría escribir en la forma narrativa tradicional. Me decía que era renuente a hablar o escribir sobre su propia persona. Era la historia pensada, con su sentido, su balance de logros y fracasos, errores y aciertos, con sus oportunidades de aprendizaje y sus posibles proyecciones, lo que le interesaba. Desde esta perspectiva, no dudo que la persona que más cualificada estaba para encarrilar a Muñoz por esa pista, lo era Roberto Sánchez Vilella, su íntimo amigo, colaborador multifacético en asuntos políticos y de gobierno y máximo hombre de confianza. El libro que recibimos esta noche es el resultado de la perfecta sintonía que logran los dialogantes al orientar la conversación hacia los objetivos del memorialista.

Pero no se debe olvidar que este libro es un producto marginal aunque de suma importancia del esfuerzo mayor de Muñoz por producir su propio libro, al que por cierto, muy pocas veces denominó como memorias o autobiografía, supongo que por las razones ya explicadas con relación a los objetivos que perseguía. La transcripción de las conversaciones grabadas entre ambos protagonistas no son más que una entre muchas otras que están por hacerse de las numerosas y valiosas grabaciones entre Muñoz y un grupo de colaboradores importantes que custodia el archivo oral de la Fundación Luis Muñoz Marín. Dicho esto, hay que añadir de inmediato que estas conversaciones en particular son las más reveladoras, porque además de ser las más extensas, son las que con mayor detalle y profundidad analizan los acontecimientos en su hilación, consecuencias e implicaciones. Sánchez Vilella no era cualquier dialogante, por más importantes que hayan sido los muchos otros cuyos testimonios se grabaron. Era el dialogante por excelencia que necesitaba Muñoz. No es casualidad que sea en el mismo año de 1965, a poco de su retiro de la gobernación, y a sólo meses del comienzo de la administración de Sánchez Vilella, que ocurre este esclarecedor intercambio.

De modo que éste último, con su gran memoria, su agilidad mental, su capacidad para mantener la conversación encarrilada y su compromiso compartido con Muñoz de documentar los eventos y mirarlos desde perspectivas analíticas y críticas, hace una significativa contribución al famoso proyecto. Muñoz nunca completaría el libro, pero en el camino iba dejando, además de un imponente cuerpo documental que está completamente abierto al público, obras de gran importancia como los dos tomos de las memorias publicados, el Diario que redactó entre 1972-1974 y el libro que hoy celebramos.

En un breve ensayo que se incluye en la obra que examinarán ustedes esta noche, argumento que Muñoz comenzó a escribir su libro consciente o inconscientemente desde la década de los años veinte del pasado siglo, cuando aspiraba a la gloria literaria. Había en su faena poética y en prosa de entonces muchas alusiones autobiográficas y sueños de liderato de las masas oprimidas. A fines de los treintas, después de la expulsión del Partido Liberal en Naranjales en el verano de 1937, comenzó a escribir una autobiografía y, posteriormente, como resultado del triunfo político del 1940, escribiría un importante documento a la vez autobiográfico e interpretativo de la historia del país y de su desenlace en la fundación y triunfo del Partido Popular. Este documento fue publicado por esta institución en 1984 con el título de La historia del Partido Popular Democrático. Por cierto, ninguna de estas dos últimas iniciativas literarias de Muñoz se completó, como tampoco se completaría el gran proyecto de el libro. Sostengo que se iba fraguando en su espíritu e intelecto de educador la idea de una gran obra que sería su legado educativo postrero al país. Por la importancia que le daba Muñoz a este proyecto, fue que recurrió a una selecta lista de personalidades que le servirían de apoyo a la memoria y de complemento a la documentación. Por eso acude prontamente a su más importante interlocutor, don Roberto Sánchez Vilella.

Con estos dos tomos estamos ante una obra única que incorpora muchos elementos nuevos al tejido histórico de los años que transcurren entre 1934-1964. Muñoz y Sánchez se enfrascan en un exhaustivo intercambio de memorias, información e interpretaciones, cuya primera aportación notable, según observará el lector avezado, consiste en revelar matices poco conocidos del engranaje sicológico e intelectual de los parlantes mismos. Hay en este relato toda una serie de pistas que nos ayudan a conocer la relación entre las mentalidades y los estilos de ambos. Este aspecto debe estudiarse, sobre todo para comprender mejor lo que ocurrió entre ellos después de 1965.

Por otra parte, vale destacar el color y la ambientación epocal que logran reconstruir para ubicar en su contexto los eventos sobre los que discurren. En el primer tomo no parece tan impactante todavía la intervención como dialogante de Sánchez, excepto a partir de los eventos en que tuvo participación crucial; a saber, durante la creación del Partido Popular desde 1938 hasta 1942. Muñoz domina el escenario con sus largos parlamentos. Y es que estaba muy inmerso en los pormenores de la memoria y la documentación sobre los años en cuestión, desde 1934, cuando se conocen, hasta el cierre del volumen, el año de 1942. Ya en el segundo tomo, que cubre desde 1943 hasta 1964, se nota que la intervención de Sánchez es más activa, extensa y frecuente. Orienta más la conversación y saca a Muñoz de sus acostumbradas disgresiones y su ir y venir en el tiempo, muy acordes a su temperamento y a sus tendencias de tertuliante. Lo que no quiere decir que el propio Muñoz no estuviera consciente de ello y no supiera regresar al tema bajo discusión con Sánchez.

Los amigos recuerdan y comentan asuntos que les son familiares tanto en sus manifestaciones públicas como en sus entretelas íntimas. Al conocer ambos las intimidades de los temas sobre los que hablan, tienden a menudo a no elaborarlos, razón por la cual el lector de ahora podría exigir más particulares. Pero el lector debe entender que la intención de los dialogantes no era narrar factualmente lo que pasó en cada instancia, sino refrescar los hechos por ellos conocidos y, sobre todo, recordar su importancia y sentido de entonces, para que Muñoz pudiera luego elaborar en su escrito. Por eso es que podría quedar la impresión de que a menudo los asuntos solamente se mencionan o se alude a ellos sin detalles. Pero los tertuliantes no construían una narración histórica, sino un diálogo preparatorio. En su versión final, Muñoz elaboraría o no aquello a lo que solamente aluden en un momento determinado.

Señalo a los lectores otras pistas que pueden ayudar a sacarle más provecho a la lectura. Como político, escritor y orador experimentado, Muñoz no solamente calculaba cómo decir las cosas, sino que sabía no decir las que no convenía decir, por las razones que fueran en cada caso. También era un maestro de la reticencia. ¿Por qué no pregunta o habla de tal o cual cosa, o por qué sólo alude de paso a tal o cual otra? Se ha señalado con razón que algunas omisiones o reticencias se explican porque se trata de asuntos delicados relativos a desavenencias con colegas o decisiones controversiales y equivocadas, que le fueron personalmente muy angustiantes. A esta certera apreciación, que por cierto expresa el Dr. Juan Fernández en su prólogo, hay que añadir que el arte de no decir algunas cosas y de cultivar las reticencias era parte consciente del arsenal de estrategias oratóricas de Luis Muñoz Marín. Leamos, pues, este documento, con la doble clave de sus sonidos y sus silencios. Sobre este particular, me parece ver una simpática complicidad de parte de Sánchez Vilella.

Entre los temas antipáticos e incómodos que no se elaboran en el diálogo, pero cuyas interioridades conocen muy bien los conversantes, podemos mencionar, por ejemplo, la polémica con Barceló, la renuncia de Géigel Polanco, las leyes de la mordaza y la faena política de Benítez en la Universidad de Puerto Rico. Como contraste a esta característica del estilo mumarino, creo ver alguno que otro caso en que viola su propia tendencia, como cuando, sin ambages dice de José Antonio El Chinche Benítez que era una persona de carácter irresponsable y superficial que sabía la música que llevaba por dentro.

Otra de las notas singulares de esta publicación consiste en las frecuentes viñetas sicológicas que se perfilan de ciertos personajes. Se especula cómo debió sentirse fulano o mengano en tal o cual circunstancia controversial, a la luz de lo que los dialogantes suponían entender de las mentalidades aludidas. Así, se analiza la delicada situación que le provocó a Jesús T. Piñero el hecho de que al momento de la verdad, pese a que le hubiese gustado ser candidato a la gobernación electiva en 1948, sabía y admitía él mismo que Muñoz era la alternativa lógica. La situación de Piñero se complicó cuando Muñoz, que acepta ante Sánchez que lo hacía como una especie de compensación a su amigo, lo propone como presidente del partido, lo cual provocó una repulsa más embarazosa aún para Piñero de parte del liderato popular. Muñoz admite el error ante Sánchez. Observarán más adelante los lectores que el recuerdo de esta complicación de 1948 con Piñero será una de las principales preocupaciones de Muñoz y Sánchez durante la víspera y los preparativos para la famosa asamblea de 1964 en Mayagüez, donde ocurre la dramática retirada de la candidatura a la gobernación. Ante Muñoz gravitaba el temor que al escoger a Sánchez para la sucesión se expresara una repulsa similar de su candidato que recordara el embarazoso y difícil episodio anterior. En este caso, obviamente, no se podría cometer el mismo error de 1948, que consistió en que no se habían hecho las encuestas, gestiones y explicaciones previas preparatorias necesarias entre el liderato, para asegurarse de que no habrían mayores consecuencias.

Igualmente, se especula sobre los los objetivos de Jaime Benítez en todo el proceso controversial de la sonada faena política en la Universidad a partir de 1954, donde rasgos característicos del estilo y la personalidad del Rector salen a flote. Doña Felisa Rincón de Gautier era un caso que había que tratar con mano de seda, por su propensión a explosiones emocionales. Y para completar este breve ejemplario, se me ocurre introducir la figura de un pobre hombre de pueblo, cual lo era Erasmo Rodríguez, el famoso chófer del destartalado Ford de la campaña del cuarenta. Se trata de un cuadro sicológico con sabor humorístico entre algunos otros a que invito a disfrutar a los lectores al escudriñar el texto. Erasmo, como muchos miles de populares convencidos y furiosamente militantes del cuarenta, dependía, para efectos polémicos, de las preguntas y respuestas básicas con que Muñoz llegaba a la gente sencilla a traves del Catecismo del pueblo. Un día Erasmo, quien había sido boxeador, se presentó ante su jefe con un ojo hinchado. Le explica que la noche antes tuvo que pelear en Bayamón por una discusión política. Muñoz le replica que debió acudir a los argumentos y a los datos y no a la fuerza física, porque el que tuviera el puño más grande podría ser el que tuviera la menor cantidad de razón. Erasmo le contesta: No, si yo estaba discutiendo con uno, pero llegó un momento en que él me dijo una cosa y yo no le supe contestar, y metí la mano en el bolsillo para sacar el librito [el Catecismo] pero lo había dejado en casa. Así es que no tuve más remedio que darle. Y entonces él me dio a mí. Aparte de lo jocoso del incidente, no encuentro en todo el libro una instancia más ilustrativa de este aspecto de la sicología política colectiva que estaba logrando generar y diseminar Muñoz entre las masas pobres del país en aquella jornada única en la historia de Puerto Rico.

Muñoz entendía que su decisión de no ser candidato a la gobernación en 1964, cuyos razonamientos y justificaciones desgraciadamente no son objeto de análisis pormenorizado en estos textos, sería una contribución importante a la educación política democrática del pueblo de Puerto Rico. Tan crucial sería esta fecha para él, que en más de una ocasión le expresa a Sánchez que su intención era comenzar su libro precisamente con la Asamblea de Mayagüez de 1964, recurriendo a la técnica del flashback y retrocediendo, de ser necesario, hasta los tiempos de España, para darle articulación y secuencia a la historia que culminaría en su retiro de la gobernación. Esto implicaba que era necesario ser bien precisos y detallados con relación a todo lo que antecedió de inmediato a la Asamblea decisiva. A lo largo de esta extensa conversación los amigos se han expresado conscientemente con un máximo de honradez intelectual y con gran candidez personal, tal como lo exigía el temperamento y el plan de trabajo del memorialista.

Estas características del diálogohonradez y candidez culminan en la obra con su segmento más dramático: la asamblea de Mayagüez y el retiro de Muñoz. Los protagonuistas de la gran decisión bucean con intensidad analítica y sicológica en los eventos que desde el jueves de la semana conducen a la tormentosa asamblea del domingo 16 de agosto de 1964 en Mayagüez. Esta parte del libro debe leerse varias veces. En la misma, Muñoz le cede el protagonismo de los diálogos a Sánchez Vilella. Sánchez es a la vez el escogido y el encargado de investigar si se puede. Tendrá que ejercer sus buenos oficios entre una compleja amalgama de delegados a los que han llegado los rumores. El alter ego del líder se involucra en una frenética actividad que se intensifica durante la noche del sábado y la madrugada del domingo. Está en un continuo corre corre de habitación en habitación en el hotel, de pequeña reunión en pequeña reunión (doce por lo menos) ejerciendo sus dotes de político, diplomático y sicólogo práctico. Le había revelado la decisión a Negrón López, a cuyo auxilio acude para que le ayude a llevar a cabo el plan. Tiene que convencer a grupos que a su vez influyan sobre los recalcitrantes. Debe hacer reuniones privadas con ciertos líderes en particular. Felisa Rincón y Joaquín Rosa, por ejemplo, son auscultados de acuerdo a sus especificas y previsibles maneras de reaccionar. A Felisa tuvo que trabajarla en varias etapas, ya que ella, según expresa Muñoz, era importante, por su naturaleza emocional y por haber sido la persona que había impedido lo de Piñero. Había que anticiparse con argumentos y apaciguamientos a los inevitables exabruptos y objeciones. Como ya se señaló, no podía haber espacio para la repetición del error de la asamblea de 1948.

Por fin, como se sabe, Sánchez le dice a Muñoz en la piscina, temprano en la mañana: se puede. La extrema tensión le había costado una fiebre de 38 de la cual ni se había dado cuenta durante el ajetreo. Cree que siguió funcionando con la adrenalina y la energía nerviosa. Su estado de ánimo, le confiesa a Muñoz, era de tal naturaleza que el recuerdo mío de la asamblea en sí, no es otra cosa que una nube.

En esta culminación dramática del libro se documenta desde sus propias interioridades, por voz de los protagonistas, el momento decisivo de un cuidadoso plan de transición política que era de suma importancia para ambos. Para Muñoz, por tratarse de una decisión cargada de intenciones educativas para su pueblo, que temía podría resultarle contraproducente si no la escenificaba debidamente. Para Sánchez, por su disposición de ponerse al servicio de Muñoz una vez más, aunque de una manera que implicaba dinámicas sicológicamente complejas, esfuerzos físicamente extenuantes y un contexto muy delicado y hasta embarazoso en lo personal, al ser él mismo el escogido y el encuestador preparatorio a la vez. Sánchez lo expresa en el texto, pero sigue adelante, aceptando tanto el papel de sucesor designado como el de asistente clave en el momento de la verdad. Después de todo, estaba convencido, con sobrada razón, de que tenía las cualificaciones para responder al reto grande que le venía encima. El conjunto del cuerpo de esta obra así lo confirma.

Como última observación, llamo la atención tanto a los lectores generales como a los investigadores especializados, en el sentido de que esta obra es un semillero de pistas de primera mano para quienes deseen profundizar en aspectos inéditos, poco conocidos o francamente simplificados de muchos temas importantes. El caso de la organización de la Juventud Popular es típico. Hacía años que se hablaba del tema dentro del partido, hasta que por insistencia de Ernesto Ramos Antonini se tomó la decisión formal en 1959. Sánchez le recuerda a Muñoz que éste había tenido serias reservas, puesto que le venía a la memoria cómo él mismo, Muñoz, en tanto líder de la juventud dentro del Partido Liberal, le había causado un serio problema a Barceló. A Muñoz le pareció que el resultado de la organización de la Juventud y de la consejería que ejercía Ramos Antonini fue confuso y superficial y que, en última instancia estábamos utilizando a los jóvenes como un mecanismo político, que después ellos resintieron, y creo que con razón. ¿En qué consistía la confusión y la superficialidad? ¿Cuál fue el papel de Ramos Antonini en el proceso? ¿Cómo se utilizaba a los jóvenes y en qué coyuntura específica comenzó el resentimiento? Estas y otras preguntas las sugiere el diálogo mismo. Igual ocurre en numerosas otras instancias. Obviamente, este libro explica muchas cosas y al mismo tiempo conduce a nuevas interrogantes que sugieren novedosas sendas investigativas.

Una vez más merece felicitaciones la Fundación Luis Muñoz Marín por continuar con su agresivo plan de publicaciones y, particularmente, por las acertadas selecciones editoriales que sigue haciendo.

Muchas gracias

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