Quiero agradecer profundamente a la Fundación Luis Muñoz Marín y a la familia Muñoz-Mendoza el privilegio de compartir mis ideas en torno a la situación de Puerto Rico. Este honorable foro de Barranquitas se ha distinguido por ser agente catalítico de ideas transformadoras de nuestro país y representa la vanguardia de la consciencia puertorriqueña.
Hace 30 años en este mismo lugar, Don Luis Muñoz Marín señaló que se honra bien el recuerdo de Muñoz Rivera hablando sencillamente y fundamentalmente del futuro de Puerto Rico, de cómo hacer juntos los puertorriqueños la vida buena de una civilización, distinta a la mera buena vida con que a veces la confundimos. Hablaré pues, no de nuestros logros que son muchos, sino de lo que nos queda por hacer.
Inicio esta alocución en momentos en que la infraestructura ambiental de Puerto Rico, su rostro físico, configurado por nuestros cerros y montañas, ríos, quebradas, mogotes y playas en el interior montañoso central, la provincia del carso norteño y los llanos costeros, continúa siendo desfigurado por la falta de una planificación sensible que esté en armonía con la conservación y preservación de la tierra puertorriqueña.
No se puede valorar lo que no se conoce. Por esta razón, creo conveniente explicar brevemente la historia del nacimiento y evolución de la tierra puertorriqueña para que podamos entender los procesos geológicos y ambientales que han configurado el paisaje de las islas en que vivimos. Hablaré sobre cómo llegamos a esta tierra y los problemas ambientales que confrontamos a escala global y local, para que comprendamos que estamos ante una situación sin precedente en la
historia de la humanidad. Finalmente, presentaré mis ideas respecto a la construcción de un futuro de progreso sustentable para todos los puertorriqueños.
La tierra barranquiteña, cuna de los próceres de la familia Muñoz-Mendoza y cuyos restos mortales hoy cobija en su seno, nació hace casi 100 millones de años en el fondo del mar, en la lado Pacífico de lo que hoy es América Central. Lavas, brechas, lapillis y tobas, producto de la actividad volcánica submarina, fueron apiladas sobre el fondo marino durante decenas de millones de años, hasta formar un extenso sistema montañoso submarino que eventualmente afloró sobre la superficie del mar, naciendo así la primera tierra puertorriqueña. La actividad volcánica continuó intermitentemente, mientras que en el perímetro de las islas volcánicas se formaron arrecifes y se depositaron restos de organismos marinos y sedimentos calcáreos y terrígenos cuyos remanentes aparecen en diversos lugares del interior montañoso central, incluyendo Aguas Buenas, Caguas, Cayey, Lajas y Barranquitas.
Fuerzas orogénicas comprimieron gran parte de las rocas volcánicas y sedimentarias de la Cordillera Central, la Sierra de Cayey y la Sierra de Luquillo, haciendo que se incorporara a la Isla una parte del fondo oceánico que hoy incluye porciones de Lajas, Cabo Rojo y San Germán. Los procesos volcánicos y orogénicos finalizaron hace unos 40 millones de años. Llegó Puerto Rico entonces a un periodo de estabilidad geológica en el que la acción del clima y la erosión durante millones de años eliminaron el paisaje volcánico y la mayor parte del relieve montañoso. Puerto Rico quedó sin montañas, sólo cerros y llanos de bajo relieve, casi al nivel del mar, dominaban su topografía. Al norte y sur de la Isla el mar penetró lentamente y se depositaron miles de metros de sedimentos calcáreos de donde provienen las rocas calizas que hay entre Aguada y Río Grande, y entre Santa Isabel y Cabo Rojo.
Luego la Isla comenzó a elevarse y lo que fue la llanura de bajo relieve, casi a nivel del mar, quedó elevada formando la meseta de la superficie de erosión Barranquitas sobre la cual yace este venerable pueblo. Los ríos se atrincheraron, excavando sus cauces y formando profundos y estrechos valles como el cañón de San Cristóbal y las barrancas de Barranquitas. Las rocas calizas que se habían formado bajo el mar emergieron concomitantemente, y la acción erosiva de la lluvia y los ríos configuró sus valles, formó sus abras, colinas, mogotes y sumideros para formar el espectacular paisaje de la región fisiográfica del carso norteño.
Los detalles de nuestras costas y valles se esculpen y modelan en las últimas decenas de miles de años, cuando ya el hombre moderno ha comenzado a dispersarse a través de la faz de la Tierra. Venimos de África Oriental y nos dispersamos a través del Medio Oriente, Europa y Asia. Cruzamos desde Siberia hacia Alaska a través del Estrecho de Bering, y nos desparramamos hacia el sudeste a través de las llanuras centrales de América del Norte y hacia el sur a través de Méjico, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia. Al llegar a América del Sur unos grupos se diseminaron a través de los Andes, otros hacia la cuenca del Amazonas y la desembocadura del Orinoco. Fue desde aquí que, viajando a través de las islas de Barlovento y Sotavento, llegamos a Boriquén hace unos 5,000 años.
En ese mismo momento surgía la civilización en Mesopotamia, en los fértiles valles del Tigris y el Éufrates. Las primeras ciudades surgieron como resultado del desarrollo de la agricultura, un avance tecnológico sin precedente en la historia de la humanidad. Por primera vez unos pocos producen el alimento de muchos, por lo que se crean las condiciones que promueven la diversificación de la sociedad. Se fundan ciudades y pueblos, se desarrolla la metalurgia, la ingeniería, la medicina, la astronomía y se diversifican las diversas áreas del quehacer humano.
Transcurre la historia, surgen las civilizaciones fluviales en el Nilo de Egipto, en el Indo y el Ganges de India y en el Río Amarillo de China. Se desarrolla la cultura Minoica y la Griega, surge el Imperio Romano, las grandes culturas de Meso y Sur América, la Edad Media, el Renacimiento, el Descubrimiento de América, la Revolución Científica y la Revolución Industrial, y la población del mundo, por primera vez, alcanza mil millones de seres humanos a comienzos del siglo XIX.
Como éramos pocos, los recursos se percibían como inagotables. Ciento treinta años después, entre 1800 y 1930, se agregan mil millones más de seres humanos. De 1930 a 1960, en solo treinta años, se agregan mil millones más. De 1960 a 1975, en solo 15 años, se agregan mil millones más. De 1975 a 1987, en tan solo 12 años, se agregan mil millones más. De 1987 al 2000, en solo 13 años, agregamos mil millones más. Somos más de seis mil millones, y cada año se agregan más de 80 millones de seres humanos a los cuales hay que proveerles sus necesidades básicas. Somos más de seis mil millones con una tecnología cuyo poder transformador del entorno natural no tiene precedente en la historia de la humanidad. Somos más de seis mil millones guiados por una ética de explotación y dominio que por primera vez amenaza los sistemas que sostienen la vida en la Tierra. Estamos ante una situación sin precedente en la historia de la humanidad.
Por primera vez, la civilización contemporánea se enfrenta a un cambio climático acelerado a nivel mundial. El calentamiento global como resultado del incremento en la temperatura promedio del aire y en los océanos es un hecho medido cuyas consecuencias tendrán repercusiones directas en Puerto Rico. La fusión de las masas de hielo glacial en los casquetes polares y en los glaciares de montaña incrementarán el nivel del mar causando serios problemas de erosión en nuestras costas, así como en las de muchos países. Algunos modelos estiman que en los próximos 50 años el nivel del mar podría ascender unos 40 centímetros y que la línea de playa podría receder más de 120 pies. Esto causaría daños significativos a la infraestructura costera, especialmente toda la asociada al sector turístico y de transportación y recreación. Se salinizarán muchos de los pozos de agua subterránea que están próximos a la costa e incrementará la vulnerabilidad a inundaciones en las zonas costeras. Habrá un incremento en la magnitud y frecuencia de eventos meteorológicos extremos, incluyendo huracanes y sequías que tendrán repercusiones significativas en la sociedad.
Por primera vez en la historia de la humanidad enfrentamos la pérdida acelerada de la diversidad biológica en el mundo. Cientos de kilómetros cuadrados de bosque tropical son eliminados semanalmente y la cantidad de suelos agrícolas a nivel global se va reduciendo debido a la erosión acelerada, la salinización de los suelos, la desertización y el desparramamiento urbano. El consumo de energía mediante la quema de combustibles fósiles incrementa rápidamente, agravando las condiciones que causan el calentamiento global como resultado del incremento en la emisión de gases que aceleran el efecto invernadero.
Estamos ante un mundo donde la población sigue creciendo, pero los suelos disponibles para alimentarla van disminuyendo, al igual que los bosques, la vida marina, y la calidad de las aguas y el aire. El cambio climático puede afectar la productividad de los graneros agrícolas de la región central de los Estados Unidos, Europa y Ucrania, incrementando significativamente el costo de los alimentos.
En la actualidad los ecosistemas de la superficie del Planeta están degradándose aceleradamente como resultado del efecto que tiene en el ambiente el crecimiento desmedido de la población, la distribución inadecuada de la riqueza, la explotación desmedida de los recursos naturales y la contaminación. Estos fenómenos repercuten cada vez más en la economía, la sociedad y los procesos políticos a través del mundo al frenar el desarrollo económico, fomentar la desigualdad social, crear crisis políticas y fomentar conflictos bélicos.
Mientras tanto en Puerto Rico, ante este cuadro, en vez de proteger y manejar nuestros recursos de forma óptima los estamos destruyendo innecesariamente con una rapidez sin precedente en nuestra historia. Datos del Servicio de Conservación de Recursos Naturales del Gobierno Federal muestran que entre el 1982 y 1987 se perdieron unas 45,000 cuerdas de terreno ocupado por espacios abiertos, mayormente con potencial agrícola. Del 1987 al 1992, esta pérdida incrementó a unas 75,000 cuerdas, y de 1992 al 1997 incrementó a 114,000. A esta razón, en los próximos 25 años habremos perdido la mayor parte de los terrenos de alto potencial agrícola y nuestro país será más dependiente y vulnerable a los vaivenes internacionales que al presente. La protección de los terrenos de alto potencial agrícola es un asunto de seguridad nacional para Puerto Rico y no podemos permitir que esta destrucción insensata e innecesaria continúe.
En el Puerto Rico de hoy, más de 30 años después de haber invertido millones de dólares para institucionalizar e implantar leyes y reglamentos para planificar el país y proteger el ambiente, entramos a un nuevo siglo con los embalses de agua sedimentados, importantes acuíferos contaminados y porciones cada vez mayores de los mejores terrenos agrícolas cubiertos de hormigón y asfalto. Nos enfrentamos también a la erosión de las playas, terrenos contaminados, serios problemas con la disposición y manejo de residuos sólidos, contaminación atmosférica, ruidos innecesarios y numerosas especies amenazadas o en peligro de extinción. Más de un tercera parte de la población vive en áreas expuestas a peligros naturales y tecnológicos. La construcción de carreteras y casas de un solo piso continúan eliminando los mejores terrenos agrícolas. Hay más basura y desperdicios tóxicos, más población y más tapones, y consumo superfluo que contribuye a un mayor deterioro en la calidad de vida del puertorriqueño.
Lo que fueron las grandes ciudades hoy son sólo casas desparramadas, y la monotonía y el feísmo caracterizan el nuevo y estéril paisaje urbano dominado por anuncios, tapones, torres de celulares, vertederos ilegales, graffiti, ruido, violencia, individualismo, hormigón y estrés. Nos estamos convirtiendo en una isla de hormigón y asfalto, en una ciudad grande cada vez más dependiente del exterior. Estamos perdiendo una porción significativa de la clase profesional y de muchos ciudadanos valiosos que migran como consecuencia del deterioro en nuestra calidad de vida.
Hay que cambiar este rumbo ahora. Para lograr esto es esencial planificar inteligentemente con el fin de establecer un verdadero equilibrio armónico entre la población, los recursos y el ambiente de suerte que Puerto Rico pueda progresar mediante un modelo de desarrollo sustentable sin degradar sus recursos naturales y su capital humano. Hay que retomar el proyecto histórico que inicio Muñoz y que no hemos sabido continuar para encaminarnos hacia los ideales de la vida buena para todos los puertorriqueños. Esta vida buena, balanceada y en armonía, no sólo con la naturaleza sino entre nosotros mismos, hay que iniciarla reafirmándonos en el camino del desarrollo sustentable.
Dicho desarrollo tiene que estar cimentado en unos principios ecológicos, sociales, éticos y políticos. Los ecológicos se fundamentan en el reconocimiento de que todos los seres vivientes dependemos unos de los otros, y que la infraestructura ambiental es la que sostiene la infraestructura física, económica y social de las naciones. Sin tierra, aire, agua y los demás seres vivientes del mundo animal y vegetal, no podemos vivir. El planeta tiene límites y hay que aprender a vivir dentro de la capacidad de acarreo de éste.
Hay que ser justo con las generaciones venideras y satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas. Tenemos que usar nuestros recursos sin inutilizar su capacidad regeneradora. Hay que tener equidad intrageneracional para levantar el nivel de vida de los más necesitados para que vivamos en un mundo de menor desigualdad social. Aquí cabe señalar que el proyecto de las Comunidades Especiales es un esfuerzo valioso en la dirección correcta y que representa un esfuerzo legítimo para mejorar la vida de miles de puertorriqueños. Todo esto tiene que estar fundamentado en los principios políticos de participación y de cooperación para que, en vez de proveer soluciones temporeras a los problemas cuando ya son grandes, vayamos a la raíz de los mismos y los eliminemos cuando aún son pequeños.
Tenemos que identificar todos los terrenos donde es necesario proteger a la naturaleza del impacto potencialmente adverso de las actividades humanas, para así mantener de forma sustentable la función beneficiosa de los diversos ecosistemas de Puerto Rico. Hay que desarrollar corredores ecológicos que interconecten los ecosistemas de las costas con los de la montaña a través de los ríos y quebradas, y proteger los ecosistemas costeros. Tenemos que proteger a los humanos de la naturaleza no edificando en terrenos de alto riesgo a inundaciones, marejadas, maremoto, deslizamiento; así como a peligros geológicos inducidos por terremoto, como licuación y amplificación de ondas sísmicas.
Tenemos que proteger y manejar inteligentemente los recursos naturales para promover el desarrollo económico. Hay que establecer con prontitud un sistema de reservas agrícolas para proteger las más de 300,000 cuerdas de terrenos agrícolas de alto potencial que seguimos perdiendo cada día que pasa. Hay que proteger las cuencas hidrográficas para que tengamos acceso al agua en todo momento y en la cantidad y calidad necesaria. Hay que proteger las áreas de recarga de acuíferos para que esta importante fuente no siga contaminándose. Hay que proteger y mejorar las áreas de gran atractivo y belleza natural, así como las áreas de alto potencial recreativo, educativo y cultural.
Luego de esto, sobrarán muchos espacios donde se puede promover el desarrollo de ciudades y de centros industriales con toda la infraestructura necesaria para su establecimiento. Éstas serán zonas donde estarán preaprobados los permisos de construcción de una manera rápida, para que los constructores no tengan que pasar por las penurias de un sistema obsoleto que no le sirve ni al ambiente ni a la industria de la construcción.
El reto es grande pero las cosas no se hacen dependiendo de si son fáciles o difíciles, sino porque hay que hacerlas.
Hace más de 50 años, bajo la consigna de Pan - Tierra - Libertad, se emprendió un proyecto difícil de justicia social para los puertorriqueños. Se expropiaron las tierras de los poderosos para proveer parcelas y hogares a miles de familias puertorriqueñas que construyeron sus casas mediante los programas de Ayuda Mutua y Esfuerzo Propio. Se luchó jalda arriba contra la pobreza, la desesperanza, la desigualdad social, el analfabetismo, la desnutrición, la escasez de oportunidades y la injusticia social.
Hoy como nunca antes la consigna de Pan-Tierra- Libertad debe resonar en el corazón de cada puertorriqueño. Hoy el Pan significa el desarrollo de una sociedad sustentable donde cada puertorriqueño tenga acceso a una educación que le prepare para los retos del siglo XXI, con grandeza de espíritu, fundamentado en valores éticos, en espíritu de cooperación y en armonía con la naturaleza y la sociedad en que vivimos. Significa medios de comunicación responsables que nutran de ideas positivas las mentes de los puertorriqueños, en lugar de ahogarnos en la mediocridad y la inmundicia. Significa la oportunidad de que el puertorriqueño conozca su historia y su cultura, que sea agente de cambio, emprendedor y seguro de si mismo. Que vea las cosas, no como son, sino como pueden ser.
La Tierra significa no solamente el pan del mañana, sino el elemento común que nos identifica a todos lo puertorriqueños. Es nuestro espacio de vida, son nuestras ciudades y nuestros campos, nuestros ríos y montañas, es de donde venimos y hacia donde vamos. Finalmente, la Libertad significa que con el pan de la educación, la ética y los mejores valores puertorriqueños, usando sabiamente nuestra tierra, lograremos libremente que cada puertorriqueño, con fe en sus capacidades y potencialidades escoja el camino de reafirmación puertorriqueña para que se deje sentir en el mundo la fuerza de nuestra cultura.
Aceptemos el reto comprendiendo de una vez y por todas las palabras de Muñoz Rivera: La fuerza esta en el país, y esa fuerza somos nosotros.
Muchas gracias.
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