La unión del pueblo Discurso en Barranquitas en conmemoración del día de Luis Muñoz Rivera - 17 de julio de 1939

Hace un año dije aquí palabras que quisieron aclarar el aire como para una nueva perspectiva histórica. Parece que esas palabras fueron dichas a tiempo. Efectivamente, se abre ante Puerto Rico una nueva perspectiva histórica. Estamos en el punto en que termina una época y comienza otra. Todo un pasado, que existió desde el momento en que se cerró este sepulcro, ha tocado hoy a su fin y se desmorona ante nuestra vista. Desde que estuvimos aquí el año pasado ha habido una transformación profunda en la vida pública de nuestro país. Esta transformación no estriba en los movimientos febriles y triviales de pequeños lideratos. Estriba en que ha entrado en la escena de nuestro drama puertorriqueño un personaje nuevo, de potencias incalculables, que va a dominar toda la etapa histórica que se abre ante nosotros. Este personaje es: el pueblo de Puerto Rico. Su nombre no es nuevo, pero su presencia es inusitada. Su nombre se ha pronunciado continuamente. Todos los pequeños personajes que ocupan las tablas se han referido a él. Todos han hablado de él. Todos lo han halagado frívolamente. Ninguno lo ha conocido. Ninguno ha respetado su realidad. Ninguno ha sospechado que podría realmente entrar en escena este personaje tremendo que es nuestro pueblo de Puerto Rico.

La unión del pueblo

Hace un año empezamos a hacer la unión del pueblo unión que el pueblo mismo estaba forjando a ciegas en su alma desde mucho antes. La concretamos aquí en Barranquitas. La unión del pueblo está hecha, y crece y se ensancha y se ahonda bajo el nombre de esta fuerza popular democrática, cuya realidad ofrendamos a tu memoria. Este pueblo que es trabajo hambreado, que es clase media hostigada por la incertidumbre, que es agricultura en ruinas, entra en escena como héroe dominante del drama puertorriqueño. Nosotros sencillamente le hemos abierto la puerta. Nuestro pueblo entra en acción, porque no puede resistir más. Sencillamente, no puede. No puede resistir más la opresión económica. No puede resistir más el tratamiento de hijastro despre-ciado y vilipendiado. No puede resistir más confusión. No puede resistir más sombra en sus ojos en cuanto a cómo ha de venirle su vida de mañana ni más dolor en su cuerpo en cuanto a cómo está viviendo su vida de hoy. No puede resistir más politiquería barata de señoritos que combinan entre cuatro paredes las barajas de sus propias carreras políticas bajo la supervisión de fuerzas económicas de explotación y de fuerzas gubernamentales de confusión.

Nuestro pueblo entra en acción democrática porque no puede resistir más de esa secuencia de elecciones de elecciones iguales cada cuatro años iguales con pasiones virulentas y pequeñas, y sin resolver nunca un solo punto de la angustia de nuestro pueblo.

La vida pública de Puerto Rico se había convertido en un zapateado de bomba en que los danzarines cambian parejas y hacen su estrépito sobre un piso bajo el cual se acurruca la tragedia seria y honda de todo un pueblo. Nuestra vida pública de los últimos veinte años ha sido una falta de respeto a esa tragedia. Y nuestro pueblo no puede resistir más. Sencillamente, no puede.

El momento el momento en que esto se ha hecho terriblemente evidente es momento de lucha entre la luz y la sombra, y éste es el momento para arrojar todas las fuerzas de la luz contra las barricadas pestilentes de la oscuridad. Es momento en Puerto Rico de enfrentarse el alma del hombre con la tragedia del hombre. Para entender con sencillez y claridad cómo es que esto es así, es necesario señalar las acciones frívolas que en este instante mismo están ocurriendo y repasar la historia de los años que han pasado desde que se cerró este sepulcro y los huesos que hoy honramos. entraron en la inmortalidad.

Hace un año dijimos: Arrojaremos del templo de tu sepulcro a los mercaderes de tu nombre. Y los mercaderes se han ido de tu sepulcro y están en el mercado. Allí están en estos momentos en el trajín de cambiar su mercancía. Su mercancía no es pueblo aunque bien quisieran los mercaderes que el pueblo fuera parte de la mercancía que negocian. Pero los mercaderes saben que en sus alforjas no llevan pueblo. Llevan nombres y derechos usurpados. Si tuvieran pueblo no hubieran tenido que usurpar el nombre. El haber usurpado el nombre es la prueba mas clara de que ellos mismos saben que no tienen pueblo. Y toda la algarada de comercio político que llena el espacio, como las voces radiodifundidas de anunciadores de productos, se reduce a esto: que unos señores republicanos y socialistas, sabiendo que no tienen bastante pueblo para controlar el nombre de sus partidos, están en negociaciones con quienes supieron usurpar, sin tener pueblo alguno, el nombre y los derechos del partido que fue suyo. El objeto de la negociación es que un número de políticos, sin suficiente pueblo, se puedan valer del nombre y los derechos ya usurpados por un número de políticos sin pueblo alguno. A toda esta artimaña, a la que le estoy dando el nombre comercial que le pertenece, se le pondrá, desde luego, nuevo nombre, probablemente altisonante, y nuevos disfraces probablemente charros y seguramente insuficientes para disfrazar la realidad.

¿Y de dónde viene esa necesidad de presentarse las cosas viejas con los nombres nuevos?

Para entender bien eso, para entenderlo con claridad y sencillez, bastará con una ojeada a la historia política del último cuarto de siglo.

Lo que ha pasado desde que murió Muñoz Rivera

En 1916 murió Muñoz Rivera. En 1917 se celebraron las primeras elecciones en Puerto Rico bajo el Acta Orgánica Jones. En 1919, ya un representante joven, electo por el partido que había sido de Muñoz Rivera, en el distrito de Cayey y Cidra, denunciaba públicamente que la primera legislatura electa después de la muerte de Muñoz Rivera estaba absolutamente controlada por los grandes intereses económicos, especialmente por el interés de la corporaciones azucareras. Este representante se llamaba Benigno Fernández García, y por sus palabras valientes se vio amenazado con la expulsión del cuerpo legislativo cuya naturaleza había denunciado en palabras claras e inequívocas. Las elecciones de 1920 ya fueron una pugna franca entre la reacción y la necesidad nebulosa de justicia que sentía el pueblo. El partido que había sido de Muñoz Rivera representaba la reacción en la forma denunciada por el representante de Cayey y Cidra.

En 1924 el temor al pueblo hizo que un núcleo pequeño de líderes forzara la constitución de la Alianza Puertorriqueña, ante el disgusto y contra la verdadera voluntad de todos en todas partes. El líder republicano que entró en esta alianza entre unionistas y republicanos fue José Tous Soto, eminente abogado de la Central Guánica. En esta alianza entraron, forzados, disgustados y desesperanzados, los viejos líderes del histórico Partido Unionista. Cuatro años del gobierno de la Alianza produjeron tan profundo disgusto en el país que la Alianza, que había ganado las elecciones de 1924 por sesenta y cinco mil votos, escasamente ganó las elecciones de 1928 por cuarenta votos en el distrito de Mayagüez prueba contundente de que el pueblo, aún cuando se le mantiene alejado de la verdadera escena política, aún cuando se le trata como ganado de compraventa, sabe volverse en grandes masas contra las prácticas políticas que no inspiran su confianza.

Rota la Alianza en 1929, se constituyó un bloque tripartita, compuesto por unionistas, republicanos y socialistas, que se llamó el Grupo de Buen Gobierno. Al Partido Unionista le usurparon su nombre y sus derechos. Llegadas las elecciones de 1932, el grupo tripartita se convirtió en la coalición repúblico-socialista, que usó el nombre de unionista en su propaganda, en sus insignias y en su representación en las mesas electorales, pero que no llevó ni diez mil unionistas a las urnas. El electorado unionista adoptó el nuevo nombre de Liberal. Sólo tuvo representación en los organismos electorales durante el último mes de la campaña, representación que se obtuvo mediante la gestión que pude hacer, primero ante el gobernador Roosevelt, y después con la ayuda que prestó el senador Cutting en el Congreso de los Estados Unidos. Muchos de los grandes intereses corporacionistas habían abandonado al que antes había sido Partido Unionista y dieron su apoyo al grupo tripartita llamado la Coalición unión-repúblico-socialista. Pero quedaron todavía algunos intereses corporacionistas dentro del partido que entonces se llamó Liberal. Sin embargo, como este partido estuvo dominado entre 1932 y 1936 por la ideología y el interés de la clase media, de los agricultores y de los trabajadores, pudo librar victoriosamente, desde la minoría, grandes batallas por la justicia social y por la limpieza en los procedimientos administrativos del gobierno.

Alianza y Coalición: Dos nombres para una misma realidad

La historia ha demostrado que las combinaciones de partidos nunca llegan íntegras a la tercera elección en Puerto Rico. La Alianza desapareció poco después de su segunda elección. La Coalición, a dos años plazo de su tercera elección, está ya completamente desacreditada ante la clase media, ante los agricultores, ante los trabajadores. El electorado, que repudió a la Alianza, repudia también, y por iguales razones, a la Coalición. La Coalición es sólo otro nombre para la Alianza. La Alianza es sólo otro nombre para la Coalición. Antes, el disgusto contra la Alianza se expresó votando por la Coalición. Hay ilusos que hoy esperan que el disgusto contra la Coalición se exprese votando otra vez por la Alianza. ¡Bendito sea Dios!

La Alianza era fuerza política dominada por los grandes intereses corporacionistas contra la clase media y contra toda la masa del pueblo. La Coalición ha estado dominada por los mismos grandes intereses corporacionistas, funcionando contra la misma clase media y contra la misma masa del pueblo. Bajo la Alianza hubo hambre, miseria, pequeñez política. Bajo la Coalición hay hambre, miseria, pequeñez política. Bajo la Alianza hubo control corporativo. Bajo la Coalición hay control corporativo. Una se llamó la Alianza, que quiere decir coalición entre partidos. Y otra se llamó la Coalición, que quiere decir alianza entre partidos. Pero la sustancia y las prácticas y las mañas son las mismas. Y es por eso que los resultados han sido los mismos. Y es por eso que el disgusto contra ambas es el mismo. Y es por eso que la repudiación de ambas es la misma.

La Coalición es pésima. Pero la pequeñez política es más vieja que la Coalición. La explotación es más vieja que la Coalición. El naufragio de la clase media es más viejo que la Coalición. La ruina de la agri-cultura es más vieja que la Coalición. La miseria de los trabajadores es más vieja que la Coalición. El terror económico en que viven todas las clases sufridas es más viejo que la Coalición. La costumbre de tratar al pueblo como si fueran bestias en la compraventa electoral es más vieja que la Coalición. La Coalición es tan sólo la forma en que se ha expresado ese mal durante los últimos siete años. Antes se expresó el mismo mal en la Alianza. Y con cualquier disfraz que se le ponga y bajo cualquier nombre con que aparezca, las mismas mañas, los mismos vicios, los mismos controles corporativos producirán siempre los mismos males y la misma angustia en el pueblo. Pudo entrar la Coalición por disgusto con la Alianza. Pero no puede entrar otra vez la Alianza por disgusto con la Coalición.

El pueblo en acción

Y por eso es que ha entrado en acción el gigante del pueblo. No ya el pueblo como electorado que se compra y se vende, sino el pueblo como masa de hombres hechos a la imagen y semejanza de su Dios, al cuál hay que respetar como a hombres. Esta es la cosa nueva que penetra en el drama de Puerto Rico y se enfrenta con toda la podredumbre del último cuarto de siglo, para destruirla bajo cualquier disfraz que se ponga, detrás de cualquier careta con la que quieran taparse las facciones que el pueblo conoce de memoria, bajo cualquier nombre nuevo con el que se quieran prolongar las mañas viejas. El pueblo de Puerto Rico está en rebeldía espiritual, profunda y arrolladora, no solamente contra la Coalición, sino contra todo un cuarto de siglo de futilezas, frivolidades y pequeñeces políticas, frente al hambre, creciente y cada día más ominosa de la masa de ese pueblo.

El tercer asalto al pueblo

Y ahora nos viene el tercer asalto de esa misma época; el tercer asalto de las costumbres de ese mismo cuarto de siglo, con el tercer nombre que se pone para su intento. El lema de la Alianza fue Tregua de Dios, y no hubo ni tregua ni Dios en sus procedimientos. El lema de la nueva alianza es la unión de la familia puertorriqueña y no hay ni familia ni unión, ni siquiera en sus primeros pasos. Si de unión se tratara para poner término al oprobioso sistema colonial, ni yo ni ningún otro hombre responsable se negaría a poner su firma en un documento solicitando conjuntamente todos los partidos la rápida terminación de la colonia por medio de la libre votación de nuestro pueblo. Pero para eso no se necesitan alianzas ni combinaciones ni entendidos ni rupturas ni disfraces ni tapujos ni engaños. ¡Para eso lo único que se necesita es querer que termine la colonia y firmar públi-camente un documento que así lo afirme y así lo solicite!

¡Tregua de Dios en 1924! ¡Y no hubo tregua para el terror de la clase media al mañana, ni para el hambre de los trabajadores, ni para la agricultura ahogada en su deuda hipotecaria! ¡Tregua de Dios!, y es una blasfemia auspiciar con el nombre de Dios el hambre sin tregua y la incertidumbre sin tregua. ¡Unión, en 1939, de la familia puerto-rriqueña! ¡Unión que empieza en descalabros y conciliábulos! ¡Unión de la familia puertorriqueña! ¡Y la misma palabra familia es un fraude palpable! ¿Qué se pensaría de la sinceridad de Roosevelt si proclamara una alianza con Wall Street y le llamara a ese engendro la unión de la familia americana? La familia es un grupo unitario cuyos intereses son comunes, en donde la desgracia de unos afecta a todos y la prosperidad de uno beneficia a todos. Un pueblo sobre todo un pueblo sujeto a la explotación de tipo colonial es una lucha entre los que sacan millones de la miseria del pueblo y el pueblo que padece la miseria. Es una oposición inevitable, necesaria, ineludible, entre un pequeño grupo de explotadores en la cumbre de la pirámide económica y toda una clase media que sufre miserias, encubriéndolas lo más decorosamente que puede, que se sacrifica por educar a sus hijos para encontrar que después sólo la pobreza extrema recompensa la educación adquirida con tanto sacrificio; que no puede tener economías y es víctima de la usura cuando le cobran la casa a fin de mes o cuando una enfermedad produce grandes cuentas de hospitales; que si tiene casa, la casa es del dueño de la hipoteca; que si tiene tierra, la tierra es del Colector de Rentas Internas, de las compañías refaccionarias y de los bancos hipotecarios. Un pueblo no es una familia unitaria. Un pueblo, sobre todo un pueblo de economía colonial, es una lucha entre el pequeño grupo explotador de arriba y toda la clase trabajadora, cuyos anafres apagados y cuyas alacenas vacías son el índice exacto de los millones en las cajas de las grandes corporaciones porque mientras más fuego en los anafres y más alimento en las alacenas, menos millones habría en las cajas corporativas. ¡Unión de lobos y corderos en el mismo corral como cuando la Alianza; unión de lobos y corderos en el mismo corral como en la Coalición; unión de lobos y corderos en el estrecho lazo familiar que produce el desgarramiento del cordero por el diente del lobo! ¿Se puede concebir que el presidente Roosevelt haga un llamamiento a la unión de la familia americana y que la primera visita que haga después del llamamiento sea a las oficinas de "Wall Street"? Se puede concebir una unión del pueblo americano con "Wall Street"? ¿O lo que se concibe es la unión del pueblo americano contra "Wall Street"?

La falacia de la familia puertorriqueña

No existe tal familia puertorriqueña. Lo que existe en Puerto Rico son dos familias: la familia grande de las víctimas de la explotación y la familia pequeña y privilegiada de los que sacan millones de la explotación. No se pueden unir los lobos y los corderos en su camino, a menos que los corderos estén dispuestos a viajar, digeridos, en el vientre de los lobos. Lo que ha entrado en nuestra vida pública es la unión del pueblo contra los explotadores del pueblo. Por haber entrado el pueblo directamente en acción, no ya como electorado de comparsa como en el viejo carnaval de nuestra politiquería, sino como pueblo, como gente, como almas, como hombres; por haber entrado el pueblo en acción en el movimiento popular democrático, es que viene ahora el tercer asalto de las mismas fuerzas con el tercer disfraz que han adoptado durante el último cuarto de siglo. Ahora que el pueblo que repudió la Alianza repudia también la Coalición, su disgusto militante es contra todas las prácticas y costumbres políticas que han conducido a la formación de alianzas y coaliciones.

¿Qué es una alianza o coalición?

Estas costumbres son: postergación de programas ante el apetito de presupuestos, apelación a las grandes fuerzas corporativas de explotación; el uso del nombre y los derechos usurpados de algún partido para obtener personalidad jurídica; y la compra en masa de los votos del pueblo con el dinero de los grandes intereses explotadores del pueblo. Contra eso está en rebeldía el pueblo, tanto en sus trabaja-dores, en sus agricultores, como en su clase media responsable y consciente. Y esa definición es la definición de lo que fue la Alianza, de lo que ha sido la Coalición. Ahora vamos a ver la exactitud con que la actual alianza cuadra en esta definición, cómo se parece a la vieja Alianza, cómo su parecido es sorprendente con esa otra Alianza que se llama la Coalición.

La vieja Alianza, la Coalición y la nueva Alianza son una misma cosa

La palabra tripartita no engaña a nadie. Tripartita es la Coalición, compuesta por dos partidos, con alguna fuerza de pueblo y por el nombre en papel, que dio derechos jurídicos, del viejo Partido Unionista. Y tripartita es también la presente alianza, compuesta por dos sectores, uno republicano y otro socialista, que tienen alguna fuerza de pueblo, y por el nombre usurpado del Partido Liberal, que aporta meramente los derechos jurídicos en el papel. Así como el nombre de unionista no engañó a nadie en la alianza tripartita que se llamó la Coalición, el nombre de liberal no está engañando a nadie en la actual coalición o alianza tripartita que no importa cómo se llamará.

Paralelo entre la Alianza de 1924 y la de 1939

Vamos a ver quienes componen la actual Alianza. Miguel Angel García Méndez es el republicano que entra en ella. Es reaccionario abierto, abogado de la Central Guánica, condueño de la Central Igualdad, amigo político de todos los grandes intereses que eso implica. En la vieja Alianza, el republicano que entró fue Tous Soto, abogado de la Central Guánica, aunque no condueño de central alguna. El líder unionista que entró en la Alianza fue don Antonio Barceló que, aunque llevaba un partido bastante cargado de esos grandes intereses, personalmente nunca fue ni abogado ni dueño de corporación alguna. El líder liberal que entra en la actual Alianza es abogado de bancos, y, por lo menos, de una de las centrales envueltas en los pleitos de las quinientas cuerdas, conocido en su actitud por todos aquellos que lo conocen, y mejor que por nadie por el Procurador General que está conduciendo dichos pleitos.

En la actual combinación hay un disfraz obrero. Pero en el sector que brinda este disfraz fue que se firmó el convenio para que los trabajadores de las centrales ganaran mucho menos de lo que tenían derecho a ganar bajo la Ley de Salario Mínimo. Escasamente podían haber hecho otra cosa estos representantes obreros cuando estaban funcionando en coalición o alianza con un partido dominado por las más grandes corporaciones azucareras del país. Y escasamente podrán hacer otra cosa funcionando en nueva coalición o alianza con un partido más fuertemente dominado todavía por las grandes corporaciones azucareras del país. Es este sector el que hubiera permitido, a no ser por la gestión de los hombres que por mi voz hablan aquí hoy, que miles de dólares hubieran pasado a las arcas de las corporaciones azucareras cuando por ley ya les pertenecía ese dinero a los trabajadores explotados de esas corporaciones. Yo no discuto aquí hoy la honradez personal de esos llamados líderes obreros. Lo que afirmo es que ni el líder obrero más honrado puede defender a los obreros si está en coaliciones o alianzas con los representantes de los grandes explotadores de los obreros.

El líder republicano que entra en la Alianza de hoy tal parece que sueña todas las noches con una contribución que echarle sobre la espalda a los pobres, que la apunta por la mañana y que la presenta en proyecto en la próxima sesión legislativa. Es autor de la idea de una contribución sobre el arroz y el bacalao del pueblo. Es autor de la idea de una contribución de cédula personal contribución medieval al derecho mismo a existir que rigió durante varios años bajo los peores gobiernos reaccionarios de España en Puerto Rico. ¡Todavía tengo ante mi vista, colgando en la pared frente a mi escritorio, para no olvidarme nunca, la tarjeta de cédula personal que se le obligaba a pagar por existir al hombre cuya memoria estamos honrando hoy! El líder republicano que entró en la vieja Alianza, Tous Soto, no soñaba tan continuamente con contribuciones reaccionarias de esta especie. El líder republicano que entra en la actual Alianza recibió, entre los primeros telegramas de felicitación, el del presidente de la Asociación de los Centralistas de Puerto Rico, Ramón Aboy Benítez. Y a ese telegrama siguieron telegramas de endoso de abogados prominentes de corporaciones azucareras, telegramas de endoso directo de centralistas y de otros grandes intereses. Una de las primeras visitas que hizo en San Juan el líder republicano de la actual Alianza fue a la oficina de la Asociación de Productores de Azúcar, así como una de las visitas más infructuosas que ha hecho en su vida el líder liberal que provee los derechos jurídicos en papel a la actual Alianza, fue la que hizo éste hace meses a la oficina del Procurador General.

La vieja Alianza buscaba el rescoldo de las corporaciones para comprar en masa al pueblo en las elecciones como se compra el ganado en las ferias agropecuarias. Es público y notorio que la nueva Alianza, que se fragua en conferencias y conciliábulos secretos, que no consulta al pueblo sobre sus movimientos, que hace ostentación del carácter conspiratorio y secreto de sus maniobras, espera obtener los votos del pueblo por el soborno con el dinero de las grandes corporaciones, con las que tiene relaciones tan evidentes, tan abiertas, tan palpables y tan innegables. La vieja Alianza obtenía el mayor volumen de sus votos por iguales prácticas y a base de una igual falta de respeto a la hombría del pueblo. La nueva Alianza echa a un lado a los socialistas de Bolívar Pagán, pero retiene a los socialistas que firmaron con las centrales un convenio de salarios injustos y mucho más bajos que los que garantizaba la ley a los trabajadores desde mucho antes de firmarse el convenio. La nueva Alianza dice que quiere salir de Martínez Nadal, sobre quien hace circular rumores de culpabilidad en el llamado racket del Capitolio, pero mantiene conversaciones continuas con Martínez Nadal para ver si puede retenerlo. La nueva Alianza, quiere llamarse a sí misma el partido de las personas decentes, ¡pero yo quiero saber si es decente mantener un gobierno de corporaciones, que sacan millones de la tierra y del trabajo de los puertorriqueños, mientras por las calles de los pueblos se ven niños buscando algo que comer en los zafacones! La nueva Alianza se quiere llamar el partido de las personas decentes, ¡pero yo quiero saber a dónde van a ir a parar los bodyguards y los matones profesionales que hasta ahora han militado en los grupos que están componiendo esa nueva alianza!

¿Quién es Washington?

La nueva alianza adopta otra maña vieja, la del halago, colonial y servil, a lo que se llama Washington, como si los líderes políticos fueran para decirle al pueblo lo que Washington quiere, en vez de ser para decirle a Washington lo que el pueblo necesita y demanda. Además es necesario aclarar, de paso, que hablar de Washington, cuando lo que se tiene en mente es un par de oficinistas, es igual que hablar de la familia puertorriqueña cuando lo que se tiene en mente es un par de docenas de corporaciones. El presidente que nombró al gobernador Leahy es el mismo presidente que hizo ese nombramiento sin avisarle siquiera al oficinista que ha engendrado esta nueva Alianza- porque el oficinista a quien quería nombrar era al líder republicano iniciador de la nueva alianza. Propulsaba ese nombramiento como parte de su maquinación. Pero parece que el presidente no participaba en la maquinación. Y es necesario pensar quién será más Washington, ¿el oficinista que propulsaba a García Méndez o el presidente que nombró a Leahy sin notificárselo al oficinista?

La broma del Nuevo Trato

La vieja Alianza tuvo un gesto de honor ante el presidente Coolidge. La nueva Alianza, de la cual todo el mundo sabe que es reaccionaria y conservadora por sus elementos constituyentes, y la cual es obvio que aspira a disfrazar con un nuevo nombre el viejo trato que se le ha dado a este pueblo como bestias que se compran y venden en las elecciones, y que se azotan de miseria en todos los días que no son el de las elecciones esta nueva Alianza ¡se declara novotratista! El Nuevo Trato, al que se opusieron sus elementos dominantes cuando los hombres que hoy hablan por mi voz defendieron y trajeron ese Nuevo Trato a Puerto Rico, hoy lo proclaman por servilismo. Lo que no pudieron ni supieron defender por espíritu de justicia hacia su pueblo, lo proclaman verbalmente por espíritu de adulación a lo que llaman Washington.

Pero al proclamarse novotratistas, ya las maniobras de los nuevos aliancistas degeneran en una broma de mal gusto. Los que sabotearon e hicieron fracasar el Nuevo Trato con la ayuda de su ídolo el general Winship, junto a los que en Naranjales abrieron el camino a las corporaciones anti-rooseveltianas; los que se opusieron con todas sus fuerzas a la formulación del Plan de Reconstrucción, a la aprobación del Plan de Reconstrucción, a la implantación del Plan de Recons-trucción, al desarrollo del Plan de Reconstrucción, a facilitar los pleitos de las quinientas cuerdas, a cooperar en el rescate de la tierra puertorriqueña para los agricultores y trabajadores de Puerto Rico; los que fueron a Washington en avanzadas y vanguardias y retaguardias para oponerse a la justicia social que podía haberse iniciado con el Plan de Reconstrucción; los que acusaron a Fernández García ante el Senado de los Estados Unidos de ser incendiario, para lograr que no fuera confirmado un hombre que pudiera atacar firmemente a las corporaciones en su violación de la Ley de los 500 acres; los que en las tribunas públicas, en los debates y a través de la radio, profirieron frases de ataque y escarnio contra el Nuevo Trato y contra la administración del presidente Roosevelt; los que apoyaron al reaccionario Winship contra el novotratista Gruening; y hoy responden sumisos al cordelito con que los mueve el reaccionario Gruening; los que declararon en huelga la legislatura en 1935 para evadir aprobar la legislación novotratista, que defendía todas las noches por radio esta misma voz que aquí se escucha hoy, los que tienen esta historia, y además son abogados de centrales, de bancos, de corporaciones, y firmadores de convenios de salarios de miseria contra los mandatos de una ley novotratista de salario mínimo; los que han trabajado y están trabajando ante Washington en este mismo momento para que sea eliminada de su aplicación a la industria azucarera en Puerto Rico esa misma ley novotratista de salario mínimo; los que defendieron en la Cámara de Representantes, durante la huelga de los muelles de 1938, una ley prácticamente prohibiendo el derecho sagrado del trabajador a la huelga, en contraste con la ley novotratista Wagner que define y ampara y garantiza el derecho de los trabajadores a defenderse colectivamente por medio de la negociación y por medio de la huelga; los que sueñan con contribuciones a los artículos que consume el pueblo pobre la sal, el arroz, el bacalao los que amparan a, y ellos mismos son, los que el señor Obispo de Ponce con ira santa llama los monopolizadores del azúcar y sus salvaguardias políticos cuando esos, esos, ¡Dios Santo!, invocan el nombre del Nuevo Trato, están pidiendo a gritos que los aniquile el rayo de la verdad o están clamando por que les caiga encima el balde de agua fría del ridículo en la carcajada enorme de todo un pueblo.

Es ante esto y frente a ésto el enredo más grande jamás tejido con los viejos hilos de las malas mañas politiqueras; el embrollo más grande salido hasta hoy de la misma madeja que hizo el embrollo de la Alianza y el embrollo de la Coalición que se levanta y entra en escena, con mano de gigante, el pueblo de Puerto Rico, bajo la bandera popular democrática, sin corporaciones, sin centrales, sin compañías navieras, sin compañías de servicio o transporte público, sin contro-ladoras empresas bancarias, sin esos pequeños grupos que tanto suenan y que tan pocos son, que tanto han sido ante un electorado que se ha comprado como a bestias, pero que tan poco son ante un pueblo de hombres que no se venden. Frente a eso se alza la clase media, hoy en trágica liquidación, que no quiere ser más aterrorizada por la vida; la clase trabajadora que no quiere ser más atormentada por el hambre; los hombres de la tierra que no quieren ver más cómo se escapa la tierra que les legaron sus padres. Frente al último cuarto de siglo en ruinas desde que bajó a la tumba este hombre que fue un hombre, y no un mero político; frente al último cuarto de siglo de los políticos y los explotadores, se levanta el próximo siglo de los hombres y de los líderes de hombres.

De nada vale que desde sus yolas en San Juan, tiren orondos, su fútil atarraya sobre el mar del pueblo los que creen que tirar una atarraya es cosa de proeza y orgullo, olvidándose de que la atarraya es muy buena para los pescadores que pescan para negociar, pero es muy mala para los peces que caza en su nasa. Estos hombres se olvidan, en la reclusión de sus viejas mañas que la atarraya pesca peces incautos, ¡pero que el mar hunde yolas desvencijadas! Han salido en su yola a bregar con sardinas y en vez se encuentran azotados por la plena fuerza del mar.

La nueva era

Frente al último cuarto de siglo de los políticos y sus protectores, la fuerza popular democrática inicia la próxima era, la era que ya ha empezado, la era cuya voz se está oyendo aquí hoy, la era del gobierno del pueblo mismo a través de líderes que no le deban nada a ninguna fuerza que no sea el pueblo. El pueblo va a liquidar la era en que primero se garantizan los millones de los grandes y después, de lo que sobra, es que comen las gentes sencillas.

En paz y amistad con el pueblo democrático de los Estados Unidos, dentro de la paz y el orden que son apropiados al ejercicio de la fuerza democrática del pueblo y necesarios para la ascendente civilización del pueblo, dando todo lo que tenemos para defender la democracia y la justicia americana, y reclamando toda la democracia y la justicia que se nos debe para que nuestra defensa de la democracia americana sea defensa de hombres que defienden lo que ellos también tienen y no defensa de esclavos que defienden las joyas de su amo; con la lealtad de los hombres hacia sus iguales, que en nada se parece a la lealtad de los perros hacia sus amos; con fidelidad suprema, más hacia la voluntad del pueblo de Puerto Rico mismo que hacia ninguna otra cosa en el mundo, inclusive nuestras propias voluntades individuales, ofrendamos ante tu tumba, Luis Muñoz Rivera, lo que sabemos que más puedes agradecer en tu inmortalidad: un pueblo de hombres que se levantan de su ñangotamiento con la fuerza de la esperanza, que es la fuerza de Dios en el corazón de los pueblos; un pueblo como tú lo quisiste y lo soñaste; noble y altivo, generoso y bravo.

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