Reflexiones mínimas sobre don Luis Muñoz Marín, discurso por Noel Colón Martínez - 11 de octubre de 2001.

Amigos y amigas:

Agradezco el honor que me conceden al reunirse conmigo para escucharme hablar sobre Luis Muñoz Marín. Agradezco a la Fundación Luis Muñoz Marín la invitación que me extendiera para compartir con ustedes unas reflexiones mínimas sobre uno de los hombres que con mayor fuerza ha influido la vida de nuestro pueblo. Intervenciones como la que me propongo hacer esta noche tienen que ser anunciadas como unas reflexiones mínimas pues fue tan vasta la intervención de Don Luis en la vida pública de nuestro país como profunda la influencia que ejerció sobre mis determinaciones políticas. Esa influencia ejercida por él fluyó desde la solidaridad más amplia a algunas de sus acciones o manifestaciones hasta el rechazo más virulento a muchas de esas acciones o manifestaciones. Debo, sin embargo aclarar, que la frontera que marca la divisoria entre la colaboración amplia y franca y el más severo cuestionamiento lo constituyó la creación del Estado Libre Asociado de Puerto Rico.

Pertenezco a una generación de puertorriqueños que conoció en su duro dramatismo las iniquidades que sobre nuestras masas populares le impuso el régimen colonial y cuyas manifestaciones se tornaron inaceptables e intolerables en la década de los años treinta. Yo era un niño que vivía en una aldea de nuestro país durante esos años, animado desde bien temprano por una insatisfacción que no encontraba cauce y reparación adecuada. Cuando se habla de los niveles de pobreza actuales estos no encuentran un referente correcto con la pobreza de este país en los años treinta.

Se trataba de pueblos con un puñado de salones escolares, con maestros extraordinarios que eran como misioneros con salarios de hambre, pueblos que organizaban unos servicios médicos en lo que entonces se llamaban salas de socorro, con un médico que hacía visita una vez por semana, sin caminos asfaltados o adecuada transportación pública, padeciendo un promedio de vida igual al de Afganistán en este momento, sin fuentes de trabajo, sin facilidades recreativas, con una agricultura destruida por dos huracanes severos y sobre todo y como consecuencia natural un abandono de toda esperanza de salir de aquella situación insostenible. Tan insostenible era la situación que prácticamente la población entera de los pueblos se acogía a las ayudas de alimentos que empezaron a aparecer como consecuencia de la grave depresión económica que sufrió Estados Unidos a partir de la década del 1929.

Esas míseras condiciones de vida, constituían el producto de una economía agrícola de monocultivo en el que la industria azucarera, controlando el gobierno y dominando la economía, se constituía en la fuerza rectora de las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los puertorriqueños. Don Enrique Laguerre en La Llamarada recoge con mucha particularidad ese Puerto Rico que yo conocí porque los campos del relato narran la angustia de la vida en Moca, lsabela y Aguadilla, que no eran distintos del resto de Puerto Rico. Ese Puerto Rico, con una clase gobernante indecorosamente entregada a los grandes intereses latifundistas es el que existe en mi niñez y que rápida y profundamente generó en mi ánimo un profundo interés en combatir y en alterar.

La voz que con mayor fuerza se alzó entonces contra la injusticia fue la de Luis Muñoz Marín. Creo que además de un certero mensaje de reivindicaciones sociales y de afirmación nacional Muñoz se proveyó de una estrategia de lucha que consistió en el desarrollo de un estrecho contacto y una renovada confianza en las potencialidades del pueblo. Lo vi entonces por los campos, con una palabra muy persuasiva a cuestas, con una ropa blanca que había dejado de serio hacía tiempo, diciendo verdades sencillas que armaban al pueblo de esperanza y le daban, creo que por primera vez, conciencia del poder limitado pero importante del voto y de la necesidad de usar ese voto para defender sus intereses.

La voz de Muñoz no era la única que pedía remedios urgentes para la crisis que era económica y era social pero de raíces profundamente políticas. Pedro Albizu Campos se alzaba haciendo reclamos de la misma índole y pidiéndole al pueblo una mayor disciplina y sacrificio para enfrentar las injusticias. Su voz tronó contra el sistema colonia¡ pero su estrategia concentró desde bien temprano en la confrontación directa con el opresor y sus instituciones. Muñoz acudía al pueblo y negociaba las injusticias. Albizu entendía el problema desde la vertiente de los principios y la no negociabilidad del derecho a la libertad. El análisis comparativo de estas dos figuras de nuestra política nacional está aún por realizarse y no abundaré esta noche pues mi propósito es distinguir el Muñoz del combate social con el Muñoz del combate político. Diré sin embargo que las angustiosas reflexiones de Muñoz, expresadas a Francisco Rodón, sobre las acciones tomadas por su gobierno contra los luchadores independentistas resultan ser para mí suficientes para mostrar la trágica e imperdonable confrontación entre puertorriqueños a que nos condujera la dominación extranjera en Puerto Rico.

Comprenderán ustedes que quien conoció la dureza de la vida de nuestra gente, la misma gente en las mismas condiciones en que las conoció Luis Muñoz Marín y quien vio y oyó a Luis Muñoz Marín en los campos y en las calles empedradas hacer los enjuiciamientos correctos y promover los correctivos correctos se torna en un crítico más severo cuando percibe que proyectos importantes de una agenda necesaria son ignorados por razones que no se dicen o que cuando se dicen no convencen. Ese resulta ser mi caso particular pues cuando se inicia todo el discurso popular democrático sintetizado en sus siglas de Pan Tierra y Libertad el hombre joven hacía un compromiso de vida con el pan, con la tierra y con la libertad. Esas no son decisiones coyunturales pues son decisiones que comprometen permanentemente con la justicia y la paz. Y si usted se desentiende y las ignora por otras motivaciones ellas recurrirán para pedir cuentas.

R. Elfrén Bernier, mi entrañable amigo, en su obra- Luis Muñoz Marín, Líder y Maestro - cita a Muñoz expresando lo siguiente:

Antes de cumplirse el tercer mes de fundado el Partido Popular Democrático, las fuerzas de Hitler invadieron a Checoslovaquia, iniciado, a claramente, el proceso que había de conducir a la actual guerra. Poco después, a principios de 1939, el presidente Roosevelt comenzaba a educar la opinión mundial en el significado hondo y decisivo de la guerra que se avecinaba. La posición del pueblo de Puerto Rico, en la geografía del mundo y en la geografía de la justicia y la esperanza, no podía ser de entorpecimiento ni a Estados Unidos ni a la causa democrática. El planteamiento del Estatus' político en tal circunstancia, fuere independencia o estadidad, habría de resultar embarazoso a Estados Unidos, cuyo Congreso, autoridad constitucional para decidir el 'status', podía carecer de la suficiente madurez en su enfoque internacional para percatarse cabalmente de la significación en América de negarle a Puerto Rico una petición formal de solución a su 'status', bajo cualquier fórmula que contuviera dicha petición. Lo importante no sería la fórmula, sino la negativa.

Parecía cosa de la más elemental cooperación -el primer acto de cooperación que podía ofrecer Puerto Rico a la gran causa en que está envuelta su justicia- es liberar al presidente Roosevelt y su Gobierno de este riesgo diplomático. Especialmente cuando la guerra en sí habría de pelearse a base de los derechos de los pueblos, según lo hizo patente después la Conferencia del Atlántico entre Roosevelt y Churchill. Especialmente cuando la actitud de Puerto Rico, espontáneamente asumida a través de un movimiento que en aquel tiempo no tenía relación alguna con el Gobierno de Washington, constituía la más grande fuerza moral para solicitar y ganar soluciones definitivas al quedar liquidados victoriosamente los riegos de la guerra. En ésta última relación, suspender el Rissue1 político, en cualquier de sus formas, era construir la garantía moral de su solución en la forma que el pueblo mismo escogiera al ganarse los objetivos democráticos de la guerra.

Más honda y ancha fue esta otra realidad que encontró el movimiento Popular Democrático: un mundo en estado de transición, sintiendo ya la presión de la curva que, al rectificarse, habría de desembocar en un nuevo sentido de soberanía; un mundo al que la vertiginosidad del transporte habría de hacer cada día físicamente más pequeño, al acercarse a la velocidad del mundo mismo girando sobre su centro; un mundo que, al perder espacio material en términos de tiempo, habría de buscar compensación, para sobrevivir, en ensanchar y ahondar el espacio de su espíritu en términos de entendimiento, de cooperación. de socialismo, de cristianismo; un mundo en que el pueblo -el pueblo del mundo- habría de resguardarse contra el dolor y el desbarajuste y la barbarie que pudiera infligirle el desenfreno de sus seis o siete docenas de soberanías; un mundo en el que, al hacerme un periodista de Washington la pregunta "¿Cuándo cree usted que Puerto Rico tendrá su soberanía?', podía yo ya contestarle, sin ser demasiado crítico, "Poco después que Inglaterra.

Por razón de la guerra y según Bernier y para evitar "crearle problemas a la metrópolis" Muñoz renuncia a hacer planteamientos fundamentales bien temprano después de ganar la confianza del electorado. Por razones similares abandonará su reclamo de Asamblea Constituyente y se avendrá a que sea del Congreso de Estados Unidos de donde proceda la posibilidad de algún cambio en las relaciones con Estados Unidos.

La fuerza que imponían las palabras y las acciones de Muñoz sembraron en el Partido Popular la práctica de seguirlo e imitarlo como si se fuera construyendo una normativa que se extiende aún hasta nuestros días.

Conviene dar un ejemplo de lo que trato de señalar. El pasado día 11 de septiembre Estados Unidos sufrió un doloroso ataque terrorista que sacudió los cimientos de ese país. Al momento del ataque estaba pendiente ante el Congreso una legislación que pretende garantizar la permanencia de la Marina de Guerra en Vieques con la posibilidad de continuar la utilización de balas vivas permanentemente, a la vez que se deroga la actual ley que dispone la celebración de un referéndum el día 6 de noviembre. En Puerto Rico existe una ley aprobada en las postrimerías del término de la anterior administración que viabiliza el referéndum del 6 de noviembre y existe además una política pública definida que establece la demanda del cese inmediato y permanente de los bombardeos, la devolución de las tierras y su descontaminación.

Como Estados Unidos ha sido agredido, se entiende en los círculos de poder en Puerto Rico que no es apropiado continuar reclamando justicia para Vieques porque debemos unirnos a los reclamos de unidad nacional que se realizan en Estados Unidos. Es como si la lógica de los años cuarenta se renovara con toda su fuerza. Parecería que los reclamos de justicia de Puerto Rico siempre pudieran esperar. Lo que me hace recordar que en 1963, cuando se discutía un proyecto de reformas al Estado Libre Asociado, Muñoz acudió como gobernador a defender la permanencia del Estado Libre Asociado y su especial relación con Estados Unidos.

Un congresista de Pensilvania trató a Muñoz con la mayor desconsideración recordándole a éste que aún se mantenía el carácter territorial de las relaciones entre Puerto Rico y Estados Unidos. El incidente fue ampliamente reseñado y probablemente todos ustedes lo conocen. Luego del agrio incidente Muñoz invitó a un grupo de amigos que habíamos comparecido para deponer en representación del Colegio de Abogados, para que comiéramos juntos y así nos fuimos al restaurante del ferrocarril a poca distancia del capitolio. Cuando hacíamos antesala y se nos conseguía una mesa formamos una tertulia breve que aprovechó Doña Inés para increpar duramente a Muñoz en los términos de hasta cuándo iba él a continuar acudiendo al Congreso a enfrentarse a situaciones de tanta humillación. Ya estaba bien, señalaba Doña Inés. Muñoz no contestó a Doña Inés, más bien simuló no oírla pero dirigiéndose a nosotros nos endilgó, haciendo un ademán con su mano derecha y su dedo pulgar en alto y señalando al capitolio a su espalda: "Es que estos individuos se creen que ellos son los monarcas del universo". Creo que a mi lado estaba José Arsenio Torres, a quien más adelante le comenté que el problema no residía en que ellos se lo creyeran sino que lo creyéramos nosotros.

Mi comentario obedecía a que durante los primeros años de la década del sesenta un grupo de jóvenes afiliados al Partido Popular habíamos decidido hacer llegar hasta la dirección del partido nuestro malestar ante el derrotero del partido y del gobierno. Nos habíamos comprometido a hacer con mucha responsabilidad unos señalamientos sobre los desfavorables cambios que se observaban y las señales de cansancio y laxitud que daba el Partido Popular en la administración de los asuntos públicos.

Habían fracasado intentos serios para modificar las relaciones políticas y la creación del Estado Libre Asociado no había producido un consenso de opinión ni aún dentro del PPD y fuera del mismo había la convicción de que el arreglo había sido cosmético en muchos aspectos esenciales. La presencia del grupo de jóvenes, que se conocía como El Grupo de la 22 y su insistencia en una rectificación de los rumbos llegó desafortunadamente muy tarde pues nos confirmó que los signos de agotamiento se daban a nivel del propio Muñoz. Recuerdo vivamente una larga discusión de grupo en la que entre diversos cuestionamientos y señalamientos Muñoz nos expresó que ya él había hecho su trabajo, que nos correspondía a nosotros iniciar nuevas aportaciones y proveerle al país nuevos rumbos pero, creo que más como un gesto defensivo, nos retó en un momento diciéndonos que él reconocía que nosotros teníamos las ideas pero que él tenía los votos. Recuerdo que le dije que no entendía para qué se quieren los votos sin las ideas pero, al intervenir en la discusión otro compañero, Muñoz dejó sin comentario mi afirmación.

En esa y otras reuniones ocurridas a principios de la década del sesenta Muñoz daba señales de abatimiento frente a los problemas que le planteaba la imposibilidad de lograr reformas de carácter político que a su vez impedían trazar rumbos de verdadera y duradera consecuencia económica y social. El desmembramiento del PPD con motivo de la fundación del PIP en 1946 y el fortalecimiento casi simultáneo de las fuerzas de la anexión a partir del año 1952 provocaron errores de juicio y errores estratégicos que lo debilitarían ideológicamente al partido. La adopción del discurso de unión permanente para evitar las fugas de populares a las filas anexionistas no demostró en la práctica tener mucho sentido desde el punto estratégico. Recuerdo que cuando, en una reunión, le cuestioné a Muñoz el curso inevitablemente anexionista del discurso de unión permanente me advirtió que la americanización era un fenómeno mundial del que no podríamos nosotros excluirnos. Pensé entonces que él no estaba distinguiendo americanización de anexión y que por el contrario le estaba concediendo a la americanización un resultado inevitable, equivalente en sus resultados a la estadidad.

El discurso de unión permanente confundió toda la ideología del PPD y la contaminó para siempre. Los pilares del Estado Libre Asociado quedaron inextricable mente unidos al concepto de unión permanente y todo el anterior discurso de un desarrollo fundado en principios de libre asociación se hicieron absolutamente incompatibles con el nuevo discurso. Esa aspiración a la unión permanente, que pudo en sus inicios tratarse de un recurso propagandístico, usado a manera de metáfora tranquilizadora, cobró fuerza en las inseguridades que alimenta el sistema colonial. El discurso se complicó con hacer compatible con el desarrollo del Estado Libre Asociado el que los puertorriqueños votaran en las elecciones de Estados Unidos por el presidente y el vice presidente y con la oferta adicional de que también como parte de ese desarrollo futuro Puerto Rico aportara fondos al tesoro de Estados Unidos. Sin mucha elaboración, no parecía desacertado pensar en la insinuación de que nos podríamos colocar bajo el Código de Rentas Internas Federal. Esa resultaba música celestial para los nuevos anexionistas del Partido Estadista Republicano. A la vez nos iba creando dificultades insuperables a los que aspirábamos a un régimen de soberanía como consecuencia de un proceso de afirmación puertorriqueña.

Reitero mi convicción que las ideas y propuestas de Muñoz tenían tal grado de fuerza y persuasión dentro del PPD que se convertían en normativa, en especie de ley fundamental que aún rige la conducta y el lenguaje de los miembros de ese partido. En el corto período de despegue y asenso del PIP el PPD asumió una posición de defensa de la libre asociación como el instrumento de desarrollo del futuro y cuando el ascenso se desplazó al bando anexionista el concepto de unión permanente cobró una fuerza que no se ha extinguido porque todavía el anexionismo mantiene una vigorosa presencia electoral. El Partido Popular, atribuyéndose la función de obrar como centro receptor ha promovido las causas de su propio debilitamiento porque no se ha permitido a sí mismo superar las tácticas y la dinámica propias del partido tradicional. Sin embargo, para terminar con las malas prácticas de los partidos tradicionales fue que se fundó el Partido Popular. Pienso que el atisbo de que lo que aquí señalo estaba efectivamente ocurriendo y constituyó uno de los factores que indujeron la retirada de Muñoz del poder político.

La confusión profunda que se generó al interior del PPI) sobre cuál era la función del partido en la lucha política es algo de lo que no se pudo librar ni el propio Muñoz. Los votos daban poder y consiguientemente había que proteger los votos para poder proteger el ejercicio del poder. Sintiendo Muñoz mucho agradecimiento por aquellos que se habían sacrificado en aras de la obra realizada en ocasiones se sintió acorralado por líderes que no entendían los substratos sobre los cuales descansa todo el proceso democrático. Daré dos ejemplos. El senador Francisco Anselmi, de Coamo llegó a presidir la Comisión de Nombramientos del Senado, encargado de la confirmación de los nombramientos hechos por el ejecutivo. Anselmi fue objeto de graves señalamientos cuando exigía que los jueces designados se comprometieran a la defensa de los postulados programáticos del PPD. Atacar a Francisco Anselmi era atacar a uno de los líderes más admirados por Muñoz. De él dijo Muñoz en cierta ocasión:

Líderes como Paco Anselmi en Coamo hicieron en los barrios de su municipio la misma obra que yo estaba haciendo en los barrios de Puerto Rico -obra de relación humana, genuina, decente, respetuosa, con la gente humilde y explotada. Si Coamo hubiera sido del grande de Puerto Rico, Paco Anselmi hubiera ganado por los mismos votos en Coamo, yo hubiera ganado por los mismos votos que ganó Paco Anselmi. Nuestro trabajo fue igual.

Cuando los jóvenes del PPD decidimos que la posición asumida por Anselmi desvirtuaba los principios de la independencia judicial y que era tiempo ya de que se renovaran los cuadros del partido para se introdujeran nuevas ideas y nuevas prácticas Luis Muñoz Marín nos envió señales confusas que impidieron la renovación en aquel momento. Pero esos eventos le produjeron a Muñoz mucha frustración y mucha angustia y sin dudas aceleraron su retiro del poder.

Cuando ejercí funciones de Fiscal en el Departamento de Justicia me vi en la obligación de atender informes de la Oficina del Contralor que señalaban serias violaciones de ley e irregularidades administrativas a muchos funcionarios públicos pues la corrupción asomaba otra vez como problema. Me vi obligado a radicar acciones criminales contra algunos alcaldes, cuyos procesos tuvieron una amplia cubierta publicitaria. Intereso compartir con ustedes uno de ellos pero por deferencia a la familia del encausado omitiré su nombre. Se trataba de uno de los fundadores del Partido Popular y su pueblo había sido uno de los dos escogidos para hacer la primera inscripción del partido antes de las elecciones de 1940. El informe del Contralor era muy comprometedor y se trataba del uso de fondos y propiedad municipal para fines personales. Realicé la investigación de rutina en estos casos e hice un informe recomendando que se radicaran varias acusaciones por delito grave.

Cuando el informe de mi investigación llegó a las manos del Secretario de Justicia éste me invitó a discutirlo antes de él aprobarlo o tomar alguna otra decisión. Fui a verlo e inmediatamente me preguntó si yo conocía al alcalde. Le dije que no pero que sabía de sus antecedentes políticos. El secretario me dijo que él creía que para acusar a ese alcalde debíamos ver antes a Muñoz a los fines de que no fuera esto a constituir una sorpresa para el gobernador, enterándose por primera vez por la prensa. Acordamos verlo y Muñoz nos recibió varios días después. Presumo que por la naturaleza del asunto que motivaba nuestra visita noté a Muñoz tenso.

El Secretario me pidió que le explicara al gobernador el asunto e inmediatamente le entregué a éste las declaraciones juradas que me parecieron esenciales en ese momento y esperé unos minutos para que las examinara. No terminó de leerlas y nos dijo: "pero si esto es verdad fulano es un ladrón". Le expliqué que esas declaraciones reproducían en iguales términos otras tomadas por inspectores de la oficina del Contralor. Muñoz me explicó que me sería muy difícil obtener un veredicto de culpabilidad contra ese alcalde por las relaciones e influencias en el distrito donde vivía. Le expliqué que cada cual cumplía su obligación y que la nuestra consistía en pedirle cuentas en el tribunal. Compartimos entonces extensas reflexiones sobre el jurado como institución en el procedimiento pena¡ y diferimos sobre su importancia pero al final me expresó su absoluta conformidad con lo que estábamos haciendo y nos proponíamos seguir haciendo.

Radiqué las acusaciones correspondientes y cuando se señalaron los casos para la lectura de acusación se presentaron como abogados del alcalde, uno, de su propia elección y mi amigo, el senador René Muñoz Padín, como representante legal designado por el secretario general del PPD, Ildefonso Solá Morales. Le comuniqué a Muñoz Padín mi asombro y le expliqué el curso que había tenido el asunto en el Departamento de Justicia pero él me informó que no podía negarse a una designación como la que había recibido. El caso terminó con un veredicto de absolución y unos meses después me enteré por la prensa que el alcalde dirigía de nuevo el comité del PPD en su pueblo.

Si entendiera que resulta inútil o innecesario recordar esta noche, entre ustedes, estos sucesos que para mí resultaron de un impacto tan negativo, no las hubiera traído a esta conferencia. Trato de explicarme la angustia de un hombre honorable, íntegro, incapaz de malversar fondos o apropiarse de fondos; que siente la responsabilidad de trasmitir un buen ejemplo como dirigente, teniendo que sucumbir ante los intereses de una maquinaria política que entiende que no puede prescindir a veces de personas que han traicionado la confianza pública pero que se han tornado por muchas y variadas razones en indispensables desde la estrecha perspectiva del partido.

Tuve múltiples divergencias con Muñoz. Cuando renuncié a mi posición en el gobierno en 1961 Muñoz buscaba con entusiasmo medidas correctivas para lograr que se curara el Estado Libre Asociado de los graves defectos e insuficiencias que se habían mantenido luego del proceso constitucional de 1952 y con los cuales el Congreso se negaba a corregir. Cuando me integré a la práctica privada me integré igualmente al trabajo del Colegio de Abogados y sobre todo a su Comisión Sobre Desarrollo Constitucional. Desde allí tratábamos de que no se perpetuara el discurso ambiguo; que reconociéramos las fallas del ELA y que partiéramos en toda discusión del supuesto de que este país nuestro carece de soberanía y que cualquiera que sea la solución final es sobre bases de soberanía que la solución tiene que darse. Al principio Muñoz creía que ese debate no le correspondía al Colegio sino a los partidos pero en 1963 nos dijo en Washington que ese era un tema pertinente del Colegio y admitió que su renuencia anterior había constituido una equivocación.

Cuando fui electo presidente del Colegio de Abogados en septiembre de 1964 mi programa de trabajo iba principalmente dirigido a fortalecer la Rama Judicial y a atacar el caos existente en dicha Rama por razón de una seria indiferencia legislativa a sus reclamos presupuestarios. Muñoz ya no estaría en Fortaleza pero habíamos ganado un buen amigo en su sucesor: Roberto Sánchez Vilella. Muñoz pasaba al Senado. A pesar de nuestras diferencias tan pronto Muñoz se integró al Senado y examinó los proyectos que el Colegio interesaba que se aprobaran para enfrentar la crisis del sistema judicial me llamó para informarme que cuando los proyectos fueran a vista pública él se habría de sentar a mi lado para significar la necesidad de su aprobación. Según mi recuerdo lo hizo en casi todos los casos porque entendía que eran razonables las demandas del Colegio.

Creo que si Muñoz estuviera entre nosotros pensaría que el mercado común que él trataba de proteger hasta el dogmatismo como pilar del Estado Libre Asociado se ha transformado ya en un lugar común en las relaciones entre naciones. Igualmente creo que si Muñoz estuviera al tanto de la actual dolarización de las economías de tantos países reflexionaría mucho sobre la exaltación de la llamada moneda común como pilar del desarrollo del ELA y con la lucha de Puerto Rico contra la Marina en Vieques Muñoz habría satisfecho, a mi juicio, sus dudas sobre para servir los intereses de quien se constituye el poderío norteamericano en Puerto Rico.

Rubén Berríos Martínez, en un reciente discurso ante la matrícula del Colegio de Abogados dijo lo siguiente:

En el 50, eso de disfrutar de la soberanía era para muchos una fantasía. Se nos decía que renunciar a la soberanía, a los poderes, era el precio que se tenía que pagar por el desarrollo económico. Ahora la soberanía es requisito para la internacionalización y el desarrollo.

Yo no pretendo reescribir la historia, pero ¡cuánto hubiera dado el abuelo de Fernando Martín o mi abuelo, o cuánto hubiera dado Luis Muñoz Marín o Antonio Fernós Isern, por tener en el 1950 las condiciones de hoy! ¿Ustedes creen que se hubieran conformado con lo que lograron? ¡Seguro que no!

Recuerden ustedes siempre que, como dijo el filósofo, los hombres hacen su historia, pero bajo condiciones dadas e impuestas. Las condiciones impuestas en el 50 eran difíciles para todos. No es que se perdonen los errores cometidos. Esa no es función nuestra. La historia dirá. Lo importante es darnos cuenta de que las condiciones de hoy son distintas.

Si las condiciones de hoy son distintas, la pregunta es ¿cómo nos vamos a conformar con las mismas estructuras del pasado? ¿Cómo vamos a conformarnos ahora con lo mismo que ayer, cuando hoy podemos lograr algo mucho mejor? ¿Vamos a seguir actuando como si nada hubiera cambiado en los últimos 50 años?

Termino ya... Al Luis Muñoz Marín que yo conocí no podemos deificarlo, no podemos convertir en cánones sus palabras, no podemos santificar sus acciones ni pretender que su presencia fue la de Moisés luego de las Tablas. Para acercarlo y garantizarle la cuota del respeto y afecto que merece tenemos que tomarlo como el puertorriqueño talentoso, bien intencionado, honesto, que se atrevió a luchar por lo que creta, que cometió errores importantes, que como todos cayó y se levantó, dejando entre nosotros un legado sobre el cual será necesario seguir conversando durante muchos, muchos años.

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