La Fundación Luis Muñoz Marín y la importancia de su entorno verde

Alberto E. Areces Mallea
Instituto de Botánica Sistemática
Jardín Botánico de Nueva York

Con el desarrollo acelerado de la sociedad se reduce el espacio verde vital al que el hombre estuvo estrechamente vinculado desde sus mismos orígenes. Países densamente poblados como Puerto Rico comienzan a ver con alarma como el equilibrio se desplaza dramáticamente hacia el lado del hormigón, el asfalto y el acero. La ciudad capital, San Juan, con su vertiginoso desarrollo y su acelerado ritmo expansivo, ha quedado prácticamente desprovista de los necesarios pulmones verdes con los que han venido soñando más de una generación de capitalinos. Proyectos como el del Parque Central o Parque de las Américas, no llegaron a ser mucho más que documentos de archivo. En los espacios otrora concebidos para poblar de árboles y flores se levantan hoy, imponentes, las necesarias, pero descom-pensadas moles del Estadio Municipal Hiram Bithorn y los Coliseos Roberto Clemente y Pedrín Zorrilla. El último baluarte, apenas un esbozo de verdor, el Parque Muñoz Marín, ya no alcanza a soportar la enorme carga de capitalinos que recibe a diario. Suelo polvoriento y pisoteado rechaza la grama, y los árboles se deslucen y secan con el tiempo.

Apenas sobreviven unas pocas especies de plantas sobre la tierra compactada, siempre las mismas, las más resistentes. En medio de una ciudad castigada por los ruidos del tránsito vehicular, la reverberación del sol en el asfalto, y el aire seco y contaminado de los gases de la combustión aún persiste, si bien aislada, una pequeña mancha de verdor natural; un conjunto de fincas boscosas donde, por increíble que parezca todavía prosperan el Cupey y el Algarrobo, el Roble Blanco y los Yagrumos, la Moca, el Palo Blanco, el Caracolillo y otros árboles y arbolitos nativos de la isla. De no tomarse medidas inmediatas, estas últimas parcelas arboladas corren el peligro de desaparecer ante las presiones urbanas, como muchas de su tipo perdidas en las dos últimas décadas.

La casa y la finca de la familia Muñoz-Mendoza, en la vieja carretera de Trujillo Alto, Municipio de San Juan, se ha convertido en un punto de escala poco menos que obligado para un número cada vez más creciente de personas. Sus escasas cuatro cuerdas de apacible verdor constituyen una pausa necesaria, ese hiato en el camino que nos mueve a reflexionar sobre el eterno dilema existencial del hombre y su lugar en la naturaleza y en la sociedad. Hay un mensaje vital en la finca de Trujillo Alto que no pasa inadvertido para los que la visitan. No sólo constituye un fresco oasis donde aún puede disfrutarse de los colores, aromas y sonidos esenciales, atribuidos de una naturaleza prístina ya prácticamente extinguida en el San Juan Metro-politano; la antigua morada de los Muñoz-Mendoza es, además, un monumento a la frater-nidad, el entendimiento mutuo y la coexistencia de los puertorriqueños con su hermoso, pero frágil medio insular, y con el fecundo y pródigo dominio de las regiones intertropicales.

Porque en la finca aún se respira, con toda su actual vigencia, ese credo universal de armonía entre hombres y naturaleza presente en la vida y obra del hombre excepcional, sencillo y sereno que fuera Luis Muñoz Marín. El deseo expreso de Muñoz de disponer de su casa y su finca para dedicarla a parque, preservándola en su actual y natural estado (testamento, 1973) obedece a esa otra dimensión de la vida del prócer que escapa, como muchas veces se ha dicho, toda huella documental. Esa dimensión se percibe mejor que ningún otro sitio, en el singular medioambiente de su morada; en la voluntad de reunir bajo el mismo cielo y sobre la misma tierra, a sesenta y dos especies de árboles venidos de cinco diferentes continentes, Tanto como su obra política y cultural, este legado espiritual se preserva a perpetuidad en las escasas cuatro cuerdas perimetrales, sede de la Fundación, para disfrute de todo el pueblo de Puerto Rico y en especial de los pobladores de su capital, San Juan.

Hoy se presenta la oportunidad de extender hacia tierras contiguas muchas de las actuales funciones de la Fundación Luis Muñoz Marín, así como de materializar una proyección de su esencia conciliadora y conserva-cionista para con la naturaleza, la percepción de su esencia, y la realidad circunstancial y única de disponer de varias fincas arboladas en íntimo contacto con los actuales predios de la Fundación , nos permite proponer un plan de manejo integral para el complejo que refleje estas ideas y apreciaciones sobre la relación hombre-naturaleza. Lo que podría constituirse en un pequeño cinturón verde ubicado al este de San Juan, una suerte de Parque del Este concebido con arreglo a un plan de interacciones positivas con el medio natural, satisfacería en buena medida la demanda de los capitalinos por este nuevo tipo de aproximación a la naturaleza.

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